Hay que imaginarse en posesión de bombas atómicas a aquél guipuzcoano carlista del siglo XIX conocido como Cura Santa Cruz, fanático religioso que asesinaba en nombre de Dios incluso a niños y que extraía fetos de los vientres de embarazadas para que no sobreviviera ningún Satán.
Pues aquél hombre terrible era menos peligroso que muchos ayatolás iraníes que matan, lapidan y destruyen a cualquier infiel de su tierra, que dirigen bandas terroristas en el Líbano y Palestina, y que están a punto de obtener armamento nuclear.
Con el que pueden provocar, ellos o sus protegidos terroristas, un holocausto atómico en cualquier lugar que declaren impío porque desobedece la voluntad de Alá.
Los ayatolás son más fanáticos aún que el cura Santa Cruz, que regó de dolor y muerte España solamente con escopetas, mosquetones y cuchillos.
Coincidamos en que la proliferación nuclear pone en peligro la vida del planeta. Más que cualquier cambio climático o gigantesco desastre ecológico.
En consecuencia, los fanáticos incontrolables no deben de disponer de armamento atómico. Alemania, Francia y Reino Unido están tratando de conseguir que los ayatolás abandonen su programa armamentístico, pero ellos juegan con la buena voluntad de los tres países, prometiendo dejarlo y volviendo a él.
Es que Irán está bajo un régimen religioso en el que no impera la razón, sino la fe y el dogma de la islamización mundial por todos los medios: en cualquier momento estos iluminados pueden cometer enormes y terribles locuras.
Que podrían ser innecesarias: la simple amenaza de explosionar una bomba en cualquier parte nos hará claudicar, logrará islamizarnos sin combate.
Contéstese usted a la pregunta de si los países occidentales deberían destruir o no con ataques aéreos, exclusivamente, las instalaciones en las que los ayatolás construyen sus armas atómicas.