Votar sí a la Constitución Europea aprobará que la UE pueda lanzar guerras preventivas fuera de su territorio.
El Título V, Capítulo II, Artículo I-41-1, autoriza las acciones bélicas “que tengan por objetivo garantizar el mantenimiento de la paz, la prevención de conflictos y el fortalecimiento de la seguridad internacional, conforme a los principios de la Carta de las Naciones Unidas”.
La intervención no requiere el mandato de la ONU: solo deberá seguir sus principios generales. Algo tan flexible que cualquiera podrá acogerse a esa doctrina, como hizo Bush para invadir Irak.
Europa podría lanzar algún ataque preventivo para defenderse o evitar males mayores: si un gobierno de locos, de fanáticos o unos terroristas preparan bombas atómicas con las que pueden destruirnos.
Es sorprendente que nadie de los que piden el voto a favor o en contra de esta Constitución quiera hablar de este Artículo I-41-1. Se desea mantener la idea del pacifismo europeo incondicional.
Aunque en realidad el planteamiento de autodefensa es solo teórico. Pongámonos en el peor de los casos, con una Unión Europea que necesita intervenir para destruir unas instalaciones que amenazan a alguno de sus miembros. Se acude al Artículo I-4-1.
Pero llega el pero: la guerra preventiva debe ser aprobada por unanimidad de los miembros de la UE, según aclara algo más abajo el mismo Artículo en I-4-4.
Unanimidad de 25 países para defender, quizás, a uno solo. En una Europa dominada por émulos de Neville Chamberlain y no de Winston Churchill, mírese a España.
¿Cree alguien que habrá unanimidad?. Si hasta para romper el nudo gordiano de Yugoslavia, en el corazón de Europa, Bruselas llamó a EE.UU.
Podemos hacer una guerra preventiva, sí, pero cualquiera podrá atacarnos porque responderemos con el talante sonriente, dialogante y amable del que hacemos gala, y que fue el que le presentó Chamberlain a Hitler.