Quienes siguieron entusiasmados la nada pacífica Revolución cubana sufrieron horrorizados el brutal golpe de Estado del general Pinochet en Chile.
Después, y a pesar de su terrible dictadura, sus fusilamientos, el pisoteo de las libertades, la miseria generalizada, los desaparecidos en el mar y el exilio del diez por ciento de los cubanos de todas las clase sociales, Fidel siguió gozando de un aprecio mayoritario.
Mientras, Pinochet, que provocó menos muertos, que se mantuvo en el poder diecisiete años, y que dejó el país en una democracia próspera que ahora juzga sus crímenes, sigue siendo el demonio.
Si los analizamos fríamente, ambos son terroristas: Fidel es como ETA, que asesina y aterra sistemáticamente desde hace medio siglo, y Pinochet hace pensar en el ataque islamista del 11M, rápido y horrible, aunque con cinco veces menos muertos que ETA.
Y tratamos de manera diferente a ambos fanáticos violentos, a Fidel Pinochet o a Augusto Castro, tanto monta. Aborrecemos al sanguinario chileno, y amamos al asesino caribeño.
Imaginemos esta noticia: “Antes de volver a España desde Santiago de Chile, Mariano Rajoy calificó de "muy agradable" su reunión con Augusto Pinochet, una persona con "gran capacidad de atracción" y "muy fascinante", que se despidió agradeciéndole a España su apoyo ante la Unión Europea”.
Esta provocación, creada por el editor del bloc de internet http://nauscopio.coolfreepages.com/, solo cambia los nombres de los protagonistas de un hecho real: eso fue lo que dijo en La Habana el presidente del PSOE y de Andalucía, Manuel Cháves, hablando sobre Fidel Castro.
Nadie entendería que Rajoy dijera de Pinochet lo que Cháves dedicó a Fidel, pero aquí está la hipocresía, la corrupción moral, incluso la disculpa interesada del turismo sexual hacia Cuba, donde Fidel se apellida Pinochet y Castro se llama Augusto.