Esperanza Aguirre y Juan Alberto Belloch son personas moderadas, pacíficas y demócratas que en sociedad son incapaces de molestar a una hormiga.
Ibarretxe aparenta también ser apacible. Pero su cerrazón etnicista azuza a la mitad de los vascos, los nacionalistas, contra la otra mitad.
Los tres poseen una capacidad dialéctica que puede exaltar a sus más irreflexivos seguidores: gentes así, educadísimas, acaloraron a los españoles para lanzarlos a la guerra incivil.
Aguirre y Belloch son demócratas. Ibarretxe lo aparenta. Pero los tres pueden esparcir sugestivas proclamas que encolericen a sus seguidores más pasionales.
La presidenta de la Comunidad de Madrid ha dicho que el Gobierno obligó a la policía a actuar como la Gestapo para detener a dos militantes del PP que habían increpado a José Bono.
Así empezó el Holocausto, proclamó Aguirre con tono apocalíptico, exagerando el valor de esa detención ilegal al compararla con el exterminio planificado de millones de judíos.
Belloch, último ministro de Justicia de Felipe González, advirtió que las protestas como la que sufrió Bono tendrán “una respuesta con iguales armas de otro sector, sólo que mucho más numeroso".
¡Qué desmesura!: el alcalde de Zaragoza, un juez de carrera que debería ser equilibrado, amenaza con lanzar combativas mesnadas para enfrentarse a unos manifestantes airados por la dudosa actitud gubernamental con las víctimas de ETA. Que solo humillaron a un ministro con insultos, como informó la policía, no con golpes.
Ibarretxe también amenaza con graves consecuencias tras el rechazo de su plan secesionista en el Parlamento. Aparte de lo que haga ETA, él y su partido sugieren que podrían activar ardientes reacciones populares.
La exagerada Aguirre, aunque menos agresiva que Belloch, y el iluminado Ibarreche no molestarían a una hormiga, pero pueden crispar a otros para que cometan locuras.