Aunque el ZP y la ministra de Cultura culpen al Partido Popular de la ruina al cine español, digamos con Rossy de Palma que su tremenda pérdida de público se debe a que los ciudadanos son unos ignorantes que no merecen gozar de artistas como ella.
Alguna vez triunfa una película como “Mar adentro”, pero generalmente se desprecia la creatividad patria. También hay otros buenos filmes, pero algunos ni siquiera se estrenan si no están patrocinados por los amigos de Rossy o por las tribus dominantes.
Y el cine español debería gustar, porque es muy movido: la mayoría de los actores sacuden los brazos, gritan mucho y se pasan la película agitándose en la cama.
Es cine superguay. Por ejemplo: mantiene la figura del macho español, el Don Juan. Pero cuando Don Juan ve a un travesti chapeando se enamora localmente de él y se vuelve gay. Doña Inés, igual: cuando ve a señoritas estilo Rossy, se chifla por ellas y se hace lesbiana.
Almodóvar creó y agotó este estilo. Sus imitadores matan al padre y ya no le dan premios en España. Pedro está muy enfadado y ha abandonado la Academia del Cine, el club que premia las películas con menos de cincuenta palabras de vocabulario y más de 5.000 juramentos por hora.
La gente debería adorar este cine español que plagia a Almodóvar. Que no propone historias divertidas o ingeniosas, sino que se orienta a escandalizar al burgués, con personajes imposibles, inauditos.
En Hollywood aman a Almodóvar, pero aquí, cada vez menos. Aquí siguen gustando, desgraciadamente, las ñoñas historias hollywoodenses de chico ama chica o de atracos bien planificados. O lo que le ocurre a la gente normal. Incluso tonterías, pero siempre presentadas como lo que son, no como profundos hechos trascendentales: así se llenan los cines de gentes para dejarse estupidizar por Bush.
La gente debería entusiasmarse con el insoportable cine español, cine de alcantarillas, nacido tras largas noches de experiencias químicas, pero no lo hace, mayormente, porque es estúpida, inculta, ignorante y mala sombra: palabra de Rossy.