Son hordas nuevas de jóvenes catalanes protegidas por la complicidad silenciosa de las autoridades académicas y por la inactividad policial.
Siguiendo los ejemplos de los camisas pardas nazis y la violencia de los Guerrilleros de Cristo Rey, los herederos de Batasuna empezaron hace ya unos años acosando a los demócratas no nacionalistas.
Los agredidos, profesores titulares o visitantes que cometen el delito de hablar en castellano y de defender la Constitución, deben pagarle a compañías privadas su propia protección, como ocurrió hace unos días en la Universidad de Barcelona.
Y la Generalitat, presidida por un socialista, está dejando que se expanda este acoso que dirigen personas cercanas al otro partido gobernante en Cataluña, ERC.
El socialismo catalán mantiene un silencio que parece aprobatorio ante estos hechos sumamente graves, que se expresaron con plena brutalidad cuando masas de exaltados matones atacaron a militantes y a sedes de un partido democrático, el Popular, antes de las últimas elecciones generales.
Aquellos días los socialistas catalanes mantuvieron un escandaloso silencio ante los nuevos fanáticos, reedición catalana de los brutales batasunos que persiguen a otros socialistas, sus compañeros vascos, en su propia región.
Recuérdese el poema de Martin Niemüller atribuido erróneamente a Bertolt Brecht: ...”se llevaron a los judíos, y yo no dije nada porque no era judío/... Cuando, finalmente, vinieron a por mí, ya no quedaba nadie para protestar”: en Cataluña, mucha gente asustada disimula, calla y aguanta.
Los pendencieros usan además la ley y a las autoridades académicas en su favor: cuando no agreden directamente, pero impiden el desarrollo de un acto y son expulsados por la seguridad privada, denuncian que les han impedido ejercer su derecho de expresión.
Inmediatamente reciben el apoyo de las autoridades, como rector el barcelonés, Joan Tugores. Ya ocurrió.