Hay que preguntarse por qué el hijo de un guardia civil ejerciente en los años más duros del franquismo o el de un fanático admirador del General, se convirtieron en políticos que odian patológicamente todo lo que defendían esos padres.
Es más que un rechazo: es una ira interior incontrolable y extremista que los lleva a ser similares a esos progenitores, aunque desde otras trincheras igualmente extremistas.
Dos de los casos más notables, habiendo muchos miles: el de Carod Rovira, alias que se puso para alejarse del apellido paterno del guardia civil Pérez, y el de Xabier Arzalluz, tantos años líder nacionalista vasco, e hijo de un gran franquista.
Los freudianos hablan del tabú del incesto: deseo de matar al padre para evitar ser castrados por él, como castigo por el deseo sexual hacia la madre, iniciado durante la lactancia.
Otra interpretación sumamente atractiva puede extraerse del estudio del autoritarismo que hace el magistrado José Luís Aulet en su libro “Jueces, Política y Justicia en Inglaterra y España”.
Aulet recuerda el trabajo de Theodor Adorno sobre “La personalidad autoritaria” para descubrir un síndrome psíquico en los fascismos y nacionalsocialismos, que presentan un cuadro característico: visión estereotipada, simplista, del mundo circundante, servilismo ante el poderoso, desprecio hacia personas o grupos que considera inferiores, intolerancia en temas opinables, angustia ante las situaciones ambiguas y necesidad de esquemas simples, claros y perfectos.
Pero el magistrado trae luego a colación a M. Rokeach, no traducido al español, que en su libro “Beliefs, Attitudes and Values” (Creencias, actitudes y valores) descubre el enorme parecido de esas conductas en derechas e izquierdas criptoautoritarias
Lo que nos incita a mirar a los Carod, Arzalluz y similares igual que haríamos a sus autoritarios progenitores en sus mayores épocas de gloria.