Nuestros antepasados prehistóricos usaban las guerras de bandas y aldeas junto con el sacrificio de de niñas recién nacidas para evitar hambrunas por exceso de población.
Terrible, pero pura ecología, más humana y racional que la que rige las sociedades actuales, que dejan morir de hambre anualmente a cinco millones de niños.
Nuestros antepasados cazadores-recolectores no permitían que viviera desnutrido el 15 por ciento de ellos, porcentaje de los habitantes del mundo actual que sufre ese estado según el informe anual de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Practicaban la eutanasia con algunas niñas al nacer para establecer una proporción de 1,6 varones por cada niña. La abundancia de chicos se perdía en las guerras de bandas y aldeas: en el momento de formar pareja la relación era 1/1
Tenían pocos descendientes porque en sus largas expediciones las mujeres amamantaban durante mucho tiempo al último hijo, y hacían tanto ejercicio que tardaban varios años en ovular: así siempre había comida para todos.
Hemos ido evolucionando. Los grupos más avanzados de la especie se reproducen y sobreviven sanos y bien alimentados. Pero impiden o dificultan que progresen igual quienes son más primitivos.
A éstos les llevamos medicinas desechadas y nuestros alimentos sobrantes. Simultáneamente, los desplazamos de sus tierras y les impedimos que nos vendan lo que producen si compiten con nuestros ganaderos y agricultores, a los que tenemos que proteger: así, rompemos su círculo virtuoso poblacional del pasado.
Además, y esto es igualmente grave, en nombre del ecologismo militante queremos impedirles que produzcan alimentos genéticamente mejorados que erradicarían el hambre.
Como denuncia la FAO: con solo 22.330 millones de euros al año, doce veces menos que los presupuestos generales del Estado español para 2005, desaparecería el hambre del planeta.