Aunque se presenta como laico y desinhibido, el Gobierno socialista español se ha vuelto sumamente pudoroso, delicado en la observancia de la moral antigua y puritana.
Ha conseguido imponerle a las televisiones comerciales programas aptos para niños desde la madrugada hasta la noche, lo que seguramente será positivo después de tanta telebasura.
Pero si esta censura la hubieran exigido los conservadores, especialmente Aznar, los defensores de las libertades cívicas habrían acusado al Gobierno de volver a la dictatorial cursilería franquista y de reprimir las libertades.
Lo interesante es que esta nueva programación infantil impuesta no parece ser un gesto del Gobierno hacia la Conferencia Episcopal, adalid de la moral tradicional.
Porque ambos poderes están en un momento de especial desencuentro, al extremo de que la vicepresidenta De la Vega calificó a los curas de “tenebrosos e inmovilistas” porque rechazan que se llame matrimonio a la unión homosexual.
Otro ejemplo de este choque de culturas: tras muchos siglos de relaciones privilegiadas Iglesia-Estado, otra alta dirigente gubernamental le pidió a los españoles que no destinen fondos de las retenciones de Hacienda a la religión católica
En este contexto, y mientras el Gobierno quiere reducir el peso del catolicismo en las escuelas, comienza a concederle ayudas sustanciosas a la enseñanza del islam.
Ante estos choques, por un lado, y atenciones, por otro, muchos católicos creen que se está discriminando positivamente a las creencias musulmanas.
Y, ciertamente, el Gobierno muestra un respeto nervioso, como asustado, hacia los imanes, algunos de ellos posibles terroristas, mientras proclama su laicismo y se enfrenta a la Iglesia católica.
Por lo que hay ciudadanos que empiezan a creer que la censura televisiva está más orientada a contentar al islam, muy rígido en cuestiones de moral y costumbres, que a los obispos