José Ignacio de Juana Chaos, maketo más nacionalista que Sabino Arana, acaba de enviar una carta desde la cárcel a su organización terrorista, ETA, exigiéndole que siga atentando: parece que están haciéndole caso.
Asombrados, porque en su situación nadie esperaba que siguiera siendo tan fanático, los medios informativos no divulgaron, casi, esta misiva que contradice la de otros asesinos que pedían hace poco, también desde la cárcel, que se abandonara la violencia.
Este silencio quizás se deba a que son tantas las esperanzas de que acabe la pesadilla que cuando ésta renace nos negamos a darle pábulo.
El hombre que mató a sangre fría a 25 seres humanos en acciones de maldad diabólica, por las que está condenado a 2.000 años de cárcel, escribe con la información, el tono y la satisfacción de quien vive en un lujoso hotel, quizás del Caribe.
“Veo la televisión. Escucho la radio. Leo periódicos y revistas y el bombardeo es intenso y permanente. El enemigo está crecido”, denuncia.
He aquí a la maldad que segó vidas de niños, predicando desde su atalaya una homilía satánica a su secta. La maldad, el corazón de las tinieblas.
“Técnicamente, el 25 de octubre de 2004 terminé de cumplir la condena intramuros impuesta por su sistema jurídico y penitenciario con el Código Penal de 1973, código franquista incomparablemente más «blando» que el actual de sus herederos”.
Cierto, estuvo a punto de salir libre para volver a matar. Y quizás consiga esa libertad muy pronto cgracias a unas leyes piadosas, angélicas, que creen en la regeneración de todos los seres humanos.
Nuestro estado aconfesional es víctima de una interpretación cristiana y roussoniana de la conversión de la maldad en bondad: De Juana Chaos es el espantoso resultado.