Todos los gobiernos españoles tratan de halagar a los periodistas haciéndoles regalos en ocasiones como las Navidades: jamones, excelentes vinos, joyas, perfumes, relojes con escudos ministeriales, cosas de un valor individual no excesivo, pero enorme si se suma el número de pequeñas corruptelas que se reparten.
Quien recibe el presente sabe que el donante trata de sobornarlo. Porque te somos humanos: el regalo te recuerda que te relacionas con el poder; además, no se le va a hacer un feo a un ministro. Y si todos lo aceptan, no va uno a destacarse rechazándolo.
Luego están otros funcionarios de menor nivel, o los gobiernos de cada Comunidad Autónoma, de cada ayuntamiento: cócteles y más regalos, amistades que se fertilizan con unos gastos y presentes que, con tantas instituciones organizando fiestas durante todo el año, sumarían más que el presupuesto de algún ministerio.
Los regalos no se pagan con el sueldo de los dadivosos políticos, sino con pólvora del rey. Se adquieren con los fondos siempre escasos para lo que es necesario, pero sobrados para los saraos y los presentes. A veces, los regalos se destinan también a las familias de los invitados.
Todo el mundo acepta estos sabrosos jamones ibéricos, y queda obligado no con quienes los pagaron realmente, los contribuyentes, sino con esos políticos tan generosos con el dinero público: así se entiende que mucha prensa trate con descarada familiaridad y afecto a los donantes.
Que, a veces, presentan como progresista su coima. Este año, José Luís Rodríguez Zapatero le regaló a su ejército de invitados navideños frondosas cestas con productos de “comercio justo” del tercer mundo.
Solidario y progre, sus corruptelas lo son también. Es el primer político que da coimas solidarias. Uno no se siente corrompido porque ayuda a los pobres consumiendo este aguinaldo de Navidad, palabra de origen religioso que ZP no pronuncia.