La primera propuesta para establecer una alianza entre las civilizaciones occidental y la musulmana no la presentó Zapatero, sino el presidente iraní, Mohamed Jatami, en 1997, mientras su régimen de ayatolás ejercía, como siempre, una terrible violencia contra los ciudadanos que reclamaban libertad y respeto a los derechos humanos.
Claro que las teocracias y los regímenes totalitarios musulmanes tienen un concepto muy diferente al occidental de esos derechos y libertades: el artículo 1 de la Declaración de los Derechos del Hombre de la Liga Árabe, de 1994, empieza advirtiendo que “la humanidad entera forma una sola familia unida por su adoración a Alá y su descendencia común de Adán”. “Sólo la verdadera religión garantiza el desarrollo de esa dignidad por medio de la integridad humana”. “Todas las criaturas son siervos de Alá”.
Su preámbulo y 43 artículos forman un documento exclusivamente religioso, un credo imperativo, que manifiesta la voluntad de que también se le imponga al mundo, porque el destino del planeta es ser musulmán.
Quienes elaboraron esta doctrina tan rotunda son unos países dictatoriales que pretenden mantener sus sistemas de explotación y abuso sobre los débiles amparándose en una religión.
Que se atribuyen el derecho de imponer el islam en occidente, pero que no aceptan que se divulguen otras creencias o el racionalismo en el mundo islámico. Rechazan toda democratización radical: es lógico, viniendo de una Liga de una veintena de países entre los que no hay ni una sola democracia.
Ahora, ZP, originalmente socialista, producto del racionalismo y del abandono de la religión como fuente legislativa, traiciona su doctrina e historia y presenta, como si fuera suya, la idea de los ayatolás para seguir oprimiendo al pueblo: que le reconozca la humanística propuesta, al menos, a sus creadores originales.