Cualquier museo desaparecerá si sigue la filosofía del comité de expertos españoles que recomendó romper la unidad del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca para entregarle a la Generalitat catalana los documentos que le incautó Franco.
Buena parte de los fondos de todo museo o archivo procede de botines de guerra, depredaciones y de adquisiciones a quienes ignoraban el valor de las piezas.
Donde mejor se observa la formación de un museo es en el Británico, en Londres, con sus muestras de la evolución de la humanidad: su asombrosa colección de momias, el friso del Partenón, o los restos de culturas africanas, asiáticas o del Pacífico.
Su riqueza condensa la historia del mundo. Si se separan sus fondos y se reenvían a sus lugares de origen desaparecerá la gran muestra universal del progreso humano: las canterías forman una catedral si están armónicamente montadas; separadas son piedras desperdigadas.
Las colecciones sistematizan la historia y le dan significado. En el caso del Museo Británico, los conquistadores del Imperio frecuentemente no necesitaban robar. Conocían el valor de una momia, de un friso, mientras que los lugareños, ignorantes y sin conciencia histórica, creían engañarlos vendiendo aquellas inutilidades.
Aunque tuvieran alguna razón, quienes recomendaron la ruptura del Archivo de Salamanca no poseen el peso moral del que gozarían si hubieran sido seleccionados por organismos ajenos a las partes en conflicto.
Porque han formado un comité contaminado: sus miembros fueron generosamente pagados por el Gobierno actual, servidor incondicional de los intereses de la Generalitat catalana frente a cualesquiera otros.
Esta concesión romperá, por emulación, numerosas colecciones documentales y artísticas españolas, cuyos fondos reclamarán los organismos autonómicos y locales que se consideren esquilmados por otras corporaciones similares.
Finalmente, desmontaremos todas las catedrales para devolverle las piedras a sus canteras.