Todo gobierno considerado progresista, como el español actual, le promete solidaridad al tercer mundo, lo que invita a que personajes como el presidente venezolano, Hugo Chávez, proclamen en su visita de estos días a España, que Zapatero es un “un compañero revolucionario”
El vehemente exgolpista no debe saber que cuando un político tiene que enfrentarse a las necesidades de sus propios ciudadanos debe abandonar sus promesas más utópicas y aceptar que la mejor solidaridad es la que empieza por uno mismo.
Es fácil parecer revolucionario: solo hay que asistir a manifestaciones exigiendo justicia para el tercer mundo. Gritar contra Bush, la opresión y el egoísmo capitalista. Tras demostraciones así todos nos sentimos ufanos con nuestro antiimperialismo, con la contundencia de nuestras denuncias, nuestra buena obra solidaria del día.
Mientras, los agricultores y ganaderos latinoamericanos, africanos y asiáticos protestan, desesperados: la Unión Europea impone elevados aranceles a los bienes que producen y que podrían exportarnos a bajo precio.
Algodón, frutas, verduras, todo tipo de vegetales, bienes de fácil elaboración, como el azúcar: los europeos castigamos con enormes barreras arancelarias lo que podría ayudarles a emerger de la miseria.
Hasta el cacao: en lugar de exigirle pureza, permitimos que se adultere con grasas de superproducción europea haciendo pasar la mezcla por chocolate.
Aparte de imponerles aranceles, subvencionamos a nuestros propios agricultores unas producciones que se vuelven onerosas para todos: aunque así debe ser, porque son nuestros compatriotas, nuestros vecinos, nuestros familiares.
Por eso, el gobierno Zapatero acaba de pedirle a la UE que vigile las importaciones de azúcar del tercer mundo para evitar una caída de precios que arruine a los agricultores españoles.
Dejémonos de hipocresías: para el solidario y revolucionario Zapatero, según Chávez, la mejor solidaridad sigue siendo la que empieza por uno mismo.