Ahora que quieren quitarles el sueldo estatal, los curas podrían reciclarse y encontrar trabajo haciéndose sacerdotes filológicos, profesores de los idiomas autóctonos de las comunidades históricas.
Ni siquiera tendrán que ir al desempleo y ascenderán enseguida en el escalafón de los partidos nacionalistas y soberanistas.
Solo deben defender fanática, religiosamente, que la patria es el idioma, demostrando que los lingüistas son los más patriotas de todos los ciudadanos.
Nadie vigila más fervorosamente la patria que algún filólogo vehemente, perfeccionista. Ordenado sacerdote idiomático, suele sentir su lengua con pasión mística comparable a la de los santos.
Exhibiendo hábitos de pureza, la religión lingüística proporciona generosos empleos en ayuntamientos, diputaciones y consejerías, desde donde reaviva legendarias glorias y rechaza todo pecado de contaminación castellanoide.
Es una excelente salida laboral en estos tiempos de tanto desempleo: hasta que no viven definitivamente de la política, estos sacerdotes tienen trabajo asegurado en escuelas e institutos, donde dan testimonio de su fe y amonestan a los herejes castellanohablantes, a los que tienen que disciplinar severamente.
La mayoría, sin embargo, no propone aún enviarlos a prisión, como le gustaría a Carod-Rovira y a bastantes nacionalistas vascos y gallegos; y fijémonos bien en que todos esos partidos están controlados por lingüistas o sacerdotes literarios e idiomáticos
Lingüistas, pero no economistas: su sistema clerical arruina a sus comunidades porque es improductivo y se mantienen de un imaginario mítico solo sostenible con transfusiones de capital público.
Los sacerdotes lingüísticos generan riqueza espiritual, pero desconocen qué es inversión, trabajo, riesgo o productividad.
Como desprecian el mundo materialista de la economía, sus estériles exigencias se imponen a las demandas de la sociedad activa y productiva. Y al mandar ya, o influir en excesivamente en la política, su parasitismo está arruinando a los parroquianos.