Cuando ETA agoniza suele presentarse como una perdonavidas: hubo quien creyó que el pasado fin de semana iba a sorprendernos con algo bueno, quizás el abandono de las armas.
Una medida que no obedecería a su amor por la paz, sino a que las fuerzas de seguridad están destruyéndola.
Luego resultó que no anunció nada nuevo. Aunque, amparados en la insinuación, habían aparecido los pancistas, como Odón Elorza, alcalde socialista de San Sebastián, para pedir que no se apretara tanto a Batasuna ni a los terroristas.
El mayor apoyo a los asesinos vino, sin embargo, de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), que había negociado anteriormente con ETA que no atentara en su región. Y que es socio indirecto del gobierno Zapatero.
El acuerdo de ETA con ERC le sirvió a los terroristas para “profundizar en la crisis y el resquebrajamiento del Estado español”, según su boletín Zubate.
Lo mismo que desea la independentista ERC, que le impone al débil Zapatero sus tesis políticas y hasta lingüísticas.
Mientras, los miembros de Batasuna, frente político de ETA, coreaban a los terroristas en un acto en el que su líder, Arnaldo Otegi, advertía que estaban “ganando la batalla” contra España.
Y la ganarán, pese al desmantelamiento policial del terrorismo etarra, si Zapatero no abandona su afectación sonriente y no le suelta un manotazo a ERC y, enseguida, a sus compañeros de partido desequilibrantes, como el desazonante presidente catalán, Pasqual Maragall, y el viscoso alcalde Elorza.
Ambos son un ácido corrosivo capaz de disolver su Gobierno, ya de por sí muy extraviado, y que también hacen lo mismo con este país. Para satisfacción de ETA, que siempre tiene quien la reaviva cuando está en la agonía definitiva, como ahora.