Fidel Castro es un genio de la teoría marxista de la plusvalía: acaba de anunciar que no desea dólares estadounidenses, pero en nombre del antiimperialismo le ha creado un nuevo impuesto del diez por ciento manteniendo simultáneamente el cambio depredador con esa divisa.
De esta manera su régimen se queda con buena parte del trabajo del inmigrante en EE.UU. que manda dinero a Cuba: en realidad, Fidel es un patrón de características singulares, pues extrae plusvalías de obreros que ni siquiera trabajan para él, y sin necesidad de inversión alguna.
Pero la hostelería es mejor fuente aún de plusvalía, que según Marx es la diferencia que se queda el patrón entre el valor del trabajo y lo que cobra el trabajador.
“Cuba es un excelente lugar de inversión para nuestros empresarios”, proclamaba días atrás el nuevo embajador de España en el país, Carlos Alonso Zaldívar, empeñado en llevar allí más capital.
Buen negocio para los hoteleros. Los obreros cubanos son baratos: 800 euros mensuales cada uno, todo incluido. Los empresarios le pagan al Gobierno. Y éste le entrega a cada empleado once euros.
Plusvalía fidelista: 789 euros por trabajador. Parte de los cuales van a bancos suizos donde conocen bien a los funcionarios del régimen: ni los patrones más fieros vejaban así a sus esclavos.
El Gobierno español no quiere fijarse en que esta explotación va contra toda ética política, laboral y social, y propone ayudar más aún a los empresarios tratando de que Europa también desprecie la ética para mejorar sus relaciones con Fidel.
El dictador encarcela a quienes denuncian este negocio, este revolucionario esclavismo moderno. Y en nombre del antiimperialismo el gobierno español y los empresarios cooperan para que Cuba siga siendo el gran ejemplo mundial de plusvalía y capitalismo devastadores.