Madrid, la ciudad que había asombrado al mundo con su reacción cívica y eficaz frente a los atentados del 11 de marzo, volvió a sorprender, pero esta vez negativamente por sus expresiones racistas.
Ocurrió en el partido de fútbol España-Inglaterra del pasado miércoles, cuando parte del público del estadio Bernabéu bramaba como una gigantesca colonia de simios si algún jugador negro británico tocaba el balón
Los españoles no son más racistas que otros europeos, pero sus autoridades son más soberbias y patanes: por autosuficiencia arrogante no quieren estudiar qué hacen otros países para evitar hechos así.
Ni siquiera pensaron egoístamente en aleccionar al público por los altavoces para que se comportara correctamente, cuando Madrid presenta su candidatura para los Juegos Olímpicos de 2012.
El día anterior había ocurrido lo mismo en Alcalá, tierra de Cervantes, en el enfrentamiento entre españoles e ingleses menores de 21 años.
El público copiaba, simplemente, al tosco y grosero seleccionador nacional, Luís Aragonés, que para motivar a uno de sus futbolistas le gritaba que jugaba mejor que un “negro de mierda”, un “puto negro” compañero suyo en un equipo inglés.
Ninguna autoridad condenó solemnemente sus expresiones. No lo destituyeron como responsable oficial del fútbol español: el primer error que aprendieron a evitar otros países tomando decisiones drásticas contra toda forma formalmente racista.
Aragonés había abierto un indigno dique. Y las autoridades habían invitado con su silencio a que la gente pasional lo imitara gestualmente; aunque solo fuera para hacer bromas, porque siempre apoya a sus propios jugadores negros.
Los políticos españoles, empezando por el alcalde de Madrid, muestran soberbia, pero siguen siendo catetos: movilizan a millones de personas ignorando su sicología social, sin estudiar como se forja la conducta imitativa de los simios; perdón, de las masas.