Sea quien sea el presidente que elijan los estadounidenses el martes, buena parte de la prensa española repetirá el estereotipo de que actuará como un patán, como corresponde a la población de su país.
La idea de la ignorancia general de los norteamericanos la han creado ellos mismos: carecen de sentido del ridículo, no les cuesta trabajo alguno exagerar sus defectos.
Mark Twain narrando sus delirantes viajes por Europa, el cine más descarnado, o sus hipercríticos intelectuales llevan mucho tiempo proclamándose brutos e incultos.
Los españoles son todo lo contrario: ocultan hipócritamente sus vicios y lacras. Pero aquí está cambiando esa impostura. Gracias a la telebasura, la gente ya se deja zaherir. Se pone en almoneda la dignidad del pueblo, del viejo caballero español. Vendemos orgullo a cambio de dinero: hemos descubierto el capitalismo norteamericano.
En España, puestos a generalizar, solemos olvidar que las escuelas norteamericanas están mejor dotadas y disponen de más personal docente que las de la media europea; cierto, hay profesores y centros maltratados, pero solo por la laxitud y permisividad legal y de autoridad que viven las sociedades avanzadas.
Quien haya superado adecuadamente los estudios accede a unas universidades por las que sueñan los estudiantes de todo el mundo, incluyendo los españoles. En las que los ricos abonan verdaderos capitales para matricularse, mientras que los pobres inteligentes, y más si pertenecen a minorías raciales, están generosamente becados.
Ignorancia: si en España fuéramos autocríticos e indagáramos sobre los conocimientos de la mayoría de la población quedaríamos profundamente apesadumbrados.
Si aquí todavía escondemos muchas de nuestras carencias y allí proclaman las suyas es porque ellos todavía creen que pueden mejorar, sea quien sea su presidente: algo que podríamos imitar para conseguir una mejor formación académica, menos ideologizada con tramposa propaganda política.