El pasado fin de semana la televisión oficial catalana emitió para casi un centenar de países, durante el partido Barcelona-Madrid, una gran pancarta proclamando que “Catalonia is not Spain”.
En lugar de pasarla rápidamente, como otros letreros, la televisión del Gobierno catalán, presidido por un socialista, gozó durante diez segundos, se recreó con la proclama independentista.
Simultáneamente, el presidente socialista del Gobierno español y su vicepresidenta advertían que la definición constitucional de nación, esto es, de nación española, es discutible.
Quienes no discuten qué es una nación, y la identifican con su territorio son los gobiernos catalán y vasco. El primero está empeñado en crear los Paisös Cataláns, el otro, la gran Euskal Herria, entidades que nunca existieron pero que esperan alcanzar absorbiendo provincias ajenas, ejerciendo el imperialismo.
Los nacionalistas gallegos no gobiernan y no pueden conquistar el Bierzo, hoy leonés, pero quizás algún día..., aunque entonces Portugal también podría desear Galicia, mientras que los nuevos mapas marroquíes llegarían ya no a Toledo, sino a Pamplona.
Como los humanos somos muy olvidadizos, ya casi nadie recuerda los años 1980, cuando se veían pancartas indicando “Bosnia is not Yugoslavia”. Y, en efecto, dejó de serlo. Genocidio, destrucción de todas las partes de aquél estado, que ya era una confederación.
El Gobierno español no sabe distinguir qué es nación o nacionalidad, y con ello, además de romper un sentimiento identitario común, estimula las discordias entre unos y otros.
El autoritario y generalmente despótico Aznar mantuvo la mayor parte de su mandato una actitud despectiva con los nacionalismos, atrayendo hacia él mismo sus iras, incluso sus odios.
Al contrario, el amable Zapatero, con sus zalamerías pronacionalistas, especialmente procatalanistas, está provocando, alimentando cóleras interregionales, entre la gente común, y esto sí que es verdaderamente peligroso.