En Cuba y Puerto Rico definir a alguien como mamalón es señalarlo como haragán. En inglés también existe mamalón, un sinónimo de sucker y loser, que significan chupón y perdedor.
En gallego y portugués mamalón aúna esas acepciones, aunque añade visualidad a quien se define así: suele ser grandote, algo abotargado, lento y en su niñez mamó de su madre hasta edad muy tardía.
Pues bien: los socialistas quieren presentar al líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, como un mamalón. Como no corrija esa imagen la gente terminará viéndolo así.
Porque es grande y no excesivamente gallardo. Tiene, además, una ligera macroglosia, lengua más grande de lo normal, por lo que pronuncia algunas consonantes con detectable cruce.
Sus gestos carecen de viveza y cuando habla vacila frecuentemente, como hacen los opositores en las grandes pruebas, que balbucean hasta obtener el hilo de cada palabra del tema de examen. Después, recita muy bien lo que debe decir.
Pero ha quedado bastante invalidado por ese titubeo inicial. También porque mira constantemente sus notas para recordar, lo que le resta eficacia.
Aunque tiene talento, sí, y sentido del humor. Y capacidad nemotécnica: estudiando Derecho se preparaba para opositar a registrador de la propiedad, una de las profesiones de acceso más difícil. Aprobó a la primera y se convirtió en el registrador más joven de España.
Si fuera norteamericano, como Bush, Rajoy se habría sometido a una serie de ejercicios técnicos que atenuarían sus problemas de imagen, pero como mentalmente sigue siendo opositor a alguna rama de notarías, no parece que haya podido corregirse aún.
Frente a él está Zapatero, que dice lugares comunes, pero los dice bonitos, y con su imagen de chico bueno y su sonrisa de limpiametales Sidol tiene encandilado al país.