Mujer, negra y dura como cualquier sheriff del Oeste: así es la superdotada y políticamente incorrecta Condoleezza Rice, nueva ministra de Exteriores estadounidense, detestada en Europa por feministas y defensores de la negritud.
Lupe Vélez, la sheriff hispana, demócrata y lesbiana recién elegida en Dallas, políticamente incorrecta porque dispara con la determinación de Pat Garret a Billy el Niño.
En Europa queremos que la mujer y las minorías raciales o sexuales obedezcan al arquetipo de nuestra neoizquierda pancista, pacifista y quejosa. No toleramos que sean enérgicas, incluso peligrosas. Para nosotros, los belicosos tienen que ser solamente varones blancos, heterosexuales, de derechas y especialmente anglosajones: así, es fácil llamarles fascistas.
Pero qué hacer con Rice, Vélez y tanta gente parecida: estamos desorientados. Los prejuicios nos hacen adjetivar torpemente.
Por eso, seguimos presentando como xenófobo, racista y ultraderechista a Pim Fortuyn, creador de un partido político antiislamista holandés, que fue asesinado por un autocalificado progresista.
Resulta que Fortuyn era homosexual militante, librepensador, antinazi y llevaba en su lista electoral a varios negros.
Para zaherirlo, en España se le llamó también “fundamentalista democrático” porque exigía que los musulmanes obedecieran las leyes civiles del país, y no la sharía, la terrible ley islámica, que está imponiéndose extraoficialmente entre ellos.
Igual que Theo Van Gogh, cineasta asesinado días atrás porque denunciaba la persecución que sufren las mujeres islámicas, incluso en Centroeuropa.
Resulta que ahora ser demócrata radical es ser fascista. Como en algunas zonas de España donde llaman fascista a quien defiende la Constitución.Por eso detestamos que una mujer negra enérgica o que una hispana de acero triunfen: no queremos que rompan nuestros estereotipos.
Preferiríamos que hubieran nacido en África para ser esclavas, sometidas a castración sexual y analfabetas: dolernos por mujeres así sostiene nuestro imaginario progresista.