La denuncia no salió del partido del Gobierno, sino de un pequeño aliado, el líder de Izquierda Unida, Gaspar Llamazares: “Hay socialistas que están tratando de desestabilizar al presidente Rodríguez Zapatero”.
Algunos expertos en movimientos políticos y distintos responsables socialistas creen que Llamazares está pretendiendo venderse al presidente para tener un campo de aterrizaje en el PSOE si su propia formación desaparece.
Pero la acusación puede obedecer también a la percepción de que, en efecto, hay notables militantes socialistas que observan con creciente desconfianza los movimientos erráticos de Zapatero y el atolondramiento de algunos de sus ministros.
Lo ven así militantes temerosos de que, si no cambia esta tendencia que mezcla obediencia a algunas minorías regionales y alejamiento del conjunto de los aliados, especialmente de EE.UU., el socialismo y el país pueden quedar mucho más dañados que en sus crisis anteriores.
No son traidores ni le ponen zancadillas a Zapatero, como afirma Llamazares: son socialistas asustados, y lo dicen en algunas reuniones, por la deriva populista hacia grupos vinculados a lo antisistema, y por las concesiones a socios ensoberbecidos, como Esquerra Republicana de Catalunya.
Pasada la hipnosis del abandono de Irak sin tener un “plan B” para evitar sus costes ante el primer inversor en España, EE.UU., tampoco parece haber un “plan B” para los frecuentes fallos de las promesas que van presentándose.
Los compromisos zapateristas casi imposibles de cumplir, como levantar nuevamente los Astilleros Izar, los descontroles de Moratinos, las actitudes populacheras del ministro de Defensa, las incapacidades técnicas de algunas ministras volcánicas, la deriva mercurial de un Maragall más nacionalista que socialista: son incongruencias excesivas, según muchos militantes.
Gentes que aún mantienen notables responsabilidades en el PSOE y que creen que su partido y el zapaterismo comienzan a descarrilar.